En el cerro de Cayacata, que se eleva al
oeste del actual pueblo de Yupán, vivía hace mucho tiempo una familia
de indios formada por el padre, la madre y dos hijos. En este paraje
desolado era muy escasa el agua. Para abastecerse de ella, los moradores
tenían que recorrer una distancia de dos kilómetros, hasta llegar a las
faldas de un cerro vecino llamado Crestón.
Por el centro de dicho cerro, bajaban
dos arroyos de aguas cristalinas, una vez el indio ansioso de poseer
dichas fuentes de agua que no solo saciaban su sed y la de los suyos, si
no que fertilizaban sus tierras, quiso desviarlas hacia otro barranco
con el fin de evitar que el agua fuera aprovechada por un pueblo vecino,
que radicaba abajo. Esta mala intención fue castigada por el dios sol;
de la noche a la mañana, los torrentes desaparecieron con gran sorpresa y
pesar del indio y de su familia, quienes para subsistir en aquel
paraje, tenían que bajar por abruptas pendientes hasta las acantiladas
orillas del río Santa, que corre por el lado opuesto del cerro. En este enlace te recomendamos una excelente agencia de viajes con los mejores paquetes turísticos.
En sus continuas idas y venidas el indio
renegaba su suerte y maldecía a los dioses, hasta que por fin, cansado
de tanto sufrimiento, decidió suicidarse, arrojándose desde la cumbre
del cerro rodando cuesta abajo hasta la encañada, donde se le puede ver
ahora convertido en piedra, la gente lo llama el indio de Atun Irca.
Fuente: Mitos, Leyendas y cuentos peruanos – José María Arguedas
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